El dominicano es ahora miembro del Salón de la Fama de los Cubs
El pasado fin de semana los Cachorros de Chicago elevaron a la inmortalidad al dominicano Sammy Sosa, otrora super estrella del club y uno de los slugger con más poder que han vestido ese uniforme. El equipo entronó a Sosa junto a Derek Lee en una ceremonia que debió haberse realizado hace mucho tiempo atrás.
Pero lo pasado poco importa en este caso, lo resaltable fue la disposición que en algún punto las partes lograron y las concesiones que tuvieron para lograr el especial evento. Sosa brilló con sus batazos durante muchos años en Wrigley Field, y los Cubs le dieron a Sosa una casa, una familia y un apoyo que terminó con una gran carrera y ahora una placa en el templo de los inmortales del club y una especia de deuda pagada por cada una de las partes que llega directo al corazón de los aficionados.
El distanciamiento entre Sosa y los Cubbies fue terrible, no hubo propiamente un adios, y pasaron unos veinte años sin acercamiento. Eso no suele suceder en la pelota. Una separación dolorosa e incluso rencorosa como puede pasar en la vida ante una ruptura.
El tiempo se encargó de sanar heridas y en 2024 hubo un acercamiento. Los Cubs abrieron los brazos y Sosa los tenía abiertos, esperando ese fly como los miles que atrapó en el jardín derecho del histórico estadio en Chicago. La ceremonia se dio y Sosa quien visitó la ciudad hace unos meses, pudo ser homenajeado como lo merece.
El orgullo está intrínseco en los humanos, no es las personas jurídicas. Las almas y los corazones sienten. El tiempo ayudó pero la disposición de las partes fue la costura 108 de esa pelota que unió nuevamente a Sosa y a los Cachorros de Chicago.
Muchos recordarán a Sosa como ese jonronero que batalló esos años con Mark McGwire, pero en Chicago lo tienen como un héreo y una gran persona. Esos batazos valen más que los de cuatro esquinas.