Tras años de sacrificios en Dominicana y ligas menores, el venezolano cumplió su sueño de llegar a MLB y agradece a quienes lo apoyaron en su camino
REYES UREÑA
HOUSTON.- Kenedy Corona habla con el corazón abierto. No hay respuestas ensayadas. Cada palabra parece salir de un lugar íntimo, de esos donde se guardan las cicatrices, los sueños y las promesas.
“Mi fe es mi fortaleza”, dice, y esa frase lo resume todo. Porque para llegar a las Grandes Ligas, el jardinero venezolano no solo tuvo que batear fuerte ni correr rápido. Tuvo que aguantar hambre, desarraigo y noches inciertas, donde solo la fe lo mantenía en pie.
Corona recibió la llamada que todo pelotero anhela el domingo, cuando fue notificado que sería subido a MLB y debutó como center fielder con los Astros de Houston este lunes. Pero el brillo del presente no borra la oscuridad del pasado.
“Es un sueño cumplido. Después de tanto trabajo, tantas luchas… tantos momentos en ligas menores, fuera del béisbol y dentro. Le doy gracias a Dios por la gran oportunidad que me ha dado de estar hoy aquí”, comenta en el Daikin Park, antes de su primer juego en la MLB, con 25 años de edad, en el que debutó con un boleto en la tercera entrada, tras siete envíos de Tanner Bibbe.
El año pasado, Kenedy estuvo cerca. Fue parte del equipo en Houston, pero no fue incluido en el roster, estuvo en el Taxi Squad. Esta vez la historia cambió. Llegó y, de inmediato, fue titular.
“Me siento muy contento porque el equipo ha creído en mi trabajo. Quiero dar lo mejor de mí, aprovechar la oportunidad y dejarles saber quién soy”, comenta, orgulloso.
Y quién es él, se entiende mejor cuando recuerda sus inicios. A los 19 años —una edad considerada “tarde” para firmar en el circuito de prospectos— se fue a República Dominicana, dejando atrás a su familia en Venezuela.
“Tuve que pasar hambre, estar sin hogar, lejos de mi casa. Momentos difíciles… pero gracias a Dios, todo valió la pena”, confiesa. Asegura que hubo noches en las que fue echado de una pensión, sin saber dónde dormir, con la amenaza de ser devuelto a su país.
En ese momento, apareció una figura clave: Elio Valerio, un venezolano residente en Dominicana, exjugador que nunca firmó profesionalmente, pero que preparó a Corona sin pedir nada a cambio.
“Él fue el que me entrenó en todas mis herramientas. Hoy soy su primer pelotero en llegar a Grandes Ligas. Dios lo puso en mi camino”, reconoce con gratitud, aunque reconoce que al recibir la noticia primero agradeció a Dios y posteriormente hizo una llamada que no podía faltar.
“Lo primero que hice fue llamar a mis padres. Estaban muy emocionados, orgullosos. Todo padre quiere lo mejor para su hijo. Y yo sabía que había valido la pena todo”. Entre la emoción y los recuerdos, también menciona a personas que lo ayudaron, como pastores, su scout Wilson Peralta, y su círculo de fe en Dominicana.
Corona, que en su primer juego en el big show alineó como noveno bate de los Astros, también habló de su recibimiento en Houston.
“El mánager me dio la bienvenida. José Altuve me escribió, me saludó. Yordan también. Me recibieron con los brazos abiertos”.
Al ser consultado por un consejo que lo acompañe siempre, Corona no duda: “Mi fe es mi fortaleza. Creer, confiar en Dios y dejarle todo a él. Porque él es quien conoce los caminos perfectos”.
Kenedy Corona es un ejemplo vivo de que los sueños no tienen edad límite, que la fe puede sostenerte cuando todo lo demás falla, y que detrás de cada uniforme de Grandes Ligas hay una historia de lucha silenciosa, que muy pocos conocen.
